miércoles, 12 de abril de 2017

PRIORIDADES



            Mientras me maquillo, observo mi rostro en el espejo y compruebo con sorpresa cómo mis rasgos me recuerdan a los de mi madre. Me hago mayor y, a pesar de los cuidados, encuentro frente a mí una versión un poco desdibujada de mi cara, como si fuera en realidad una máscara de cera que se empieza a derretir. En la frente, esas finas arrugas horizontales que trato de tapar con un flequillo fijado con laca. Los ojos verdes, como ella, pero sin su mirada tierna y envolvente, y enmarcados por unas bolsas amoratadas que mi madre nunca tuvo y que ahora mismo trato de disimular con un corrector. Los labios finos, siempre cuidadosamente perfilados para tratar de hacerlos parecer más gruesos. Ha llegado ahora el momento, mi momento. Hay que priorizar, decías tú, ocuparte de lo que no puede retrasarse y no perder ni un segundo en lo que no tiene solución. Ahora no puedo contestar al teléfono ni distraerme. Desde siempre esta filosofía de vida me ha creado fama de egoísta, de difícil. No es más que una cuestión de claridad de ideas: lo que importa y lo que no importa, lo que urge y lo que no urge, lo que puede cambiar tu vida y lo que apenas te dejará huella
            El día a día está lleno de ocasiones que pueden hacer tambalear tus principios, sacarte de tu camino, hacerte perder el rumbo con distracciones baldías. No son más que contratiempos que hay que sortear, arriesgándonos a pagar un precio por eso, con la seguridad de que la recompensa final será mayor. Tanta seguridad provoca envidias, bien lo sé. Eso me lo explicaste bien siendo muy niña: ten claros tus objetivos y no cometas el error de ser débil, no hay más remedio que dejar cadáveres en el camino. El fin justifica los medios casi siempre, y aunque nunca debes traspasar el límite de lo legal, en ocasiones deberás acercarte a lo inmoral. Hacerte grande empequeñeciendo a otros a la vista de los demás, correr más rápido poniendo trampas en el camino de tus rivales, subir más alto utilizando energía ajena. Creo que he sido lista, pocas veces han podido demostrar mis manejos. Así, he ido alcanzando objetivos, obteniendo pequeños éxitos  primero,  triunfando en grandes batallas después. Nunca me paro en lo que no tiene vuelta atrás; aunque me duela, no  pierdo el tiempo en lo irreversible.
            Tú viste en mí la fuerza y la determinación que no tenían mis hermanos, pero también la admiración sin límites que te aseguraba el control de mi voluntad. Supiste que yo sí llegaría a donde me propusiera, o mejor dicho, a dónde tú te propusieras. Hay mucho trabajo detrás, muchos años de sacrificio, de estudio, de dedicación y de soledad para ser la primera. No me resulta fácil recordar mis años de colegio, el escrutinio minucioso después de cada examen, de cada trabajo. El interrogatorio para comprobar que nadie había sido superior a mí. Las eternas comparaciones, la sensación de estar siempre alerta, de no poder perder el tiempo en juegos y bromas, el dolor causado por la indiferencia de unos, el desprecio de otros y la obligación de rechazar las escasas solicitudes de amistad de unos pocos. No creas en las alianzas, decías, cada uno lucha por sí mismo. El aprender también a mentirte, a saber que la sinceridad contigo sólo me traería problemas, a disfrazar mi realidad para convertirla en la tuya y ser así digna de ti, de tus halagos, de tu orgullo, de tu amor. De camino a casa, me paraba frente al escaparate de una pequeña librería, a pocos metros de nuestro portal. Ensayaba muecas, gestos. Recuperaba mi papel de hija perfecta, dueña de mi vida, cubriendo con una capa de arrogancia desmedida mi inmensa soledad, el infinito desamparo en el que vivía fuera de tus ojos, donde no era más que una niña lista, distante y perdida. Frente al cristal, practicaba mi discurso de triunfadora, haciendo crecer mis éxitos, salpicándolos de malvadas pinceladas que dibujaban de forma grotesca a otros compañeros más débiles. Era lo que tú querías oír. Me moldeaste a tu antojo, sabiendo que era la única que te apoyaría siempre. Conocía tus planes antes que nadie y admiraba tu encanto, tu personalidad engañosa y embaucadora que a todos hipnotizaba. Pero yo sabía la verdad, la falsedad de esas fiestas y esos halagos, las segundas intenciones de cada uno de tus guiños. En algún momento quise escapar de todo esto, pero eras lo único que me quedaba, y fui cobarde. Me plegué a tus planes y me convertí en ti. No debo demorarme ahora. Es mi gran día, todos me esperan, por fin el justo reconocimiento a nuestro trabajo, el galardón anhelado, la guinda del pastel.

            El teléfono suena impertinente. Desde tu casa, desde los números de mis hermanos, desde la recepción del hotel. Sonó mientras me duchaba y suena mientras elijo minuciosamente mi atuendo, vestida para triunfar, que dirías tú. Sigue sonando sin tregua en mi cabeza, aunque lo desconecté hace horas. La gravedad de tu estado presagiaba ayer un inminente e inoportuno final. Pero no dejaré que nada me distraiga. No me necesitas, no puedo hacer nada por ti, es solo una cuestión de prioridades.

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