En unos días hemos pasado de mirarnos nuestro propio ombligo con distintas intensidades, de tener presentes como prioridad en cada momento nuestras tristezas y preocupaciones, a ser espectadores y/o víctimas de una bomba de realidad, a ser una pieza más de un colectivo vulnerable que parece pensar en ombligos ajenos antes que en los suyos. La solidaridad existe, vecinos haciendo la compra a quienes no pueden o no deben salir, mujeres muy mayores cosiendo accesorios de protección para trabajadores, alumnos de universidad ofreciéndose a ayudar on line a los más jóvenes, conciertos, lecturas, cursos y clases gratuitas de todo tipo. Y esa nueva despedida que sustituye al adiós o al hasta luego: Cuídate, cuidaos mucho, tened cuidado.
Yo, que salgo a trabajar cada día de buena gana, que trato de protegerme, de proteger a los míos, de obligar a protegerse a otros, y percibo el miedo y la realidad más allá de nuestras paredes y nuestras pantallas, recibo cientos de mensajes cada día. Unos más ingeniosos que otros, sabiendo que la situación en sí misma no tiene ni puta gracia. Y me hacen reir, o sonreir, o recordar a quién me lo envía. Escucho a diario a profesionales sanitarios lamentando cuidar sin ser cuidados y es cierto que ante este enemigo cabrón e invisible dejamos desarmados a los mejores guerreros en primera línea de combate. Pero no he escuchado a ninguno la intención de rendirse, y me consta que bastantes de ellos, en su tiempo libre, tratan de desconectar con los suyos, de combatir inevitables bajones de moral con voluntad y buen humor. Esa risa sanadora, ese sentido del humor y del amor que nos ayuda a sobrellevar esta nueva vida de reclusión. Bromas, juegos, memes, desafíos, vídeos de amig@s y familia. Más que nunca, ahora estamos conectados, precisamente en estos días en el que todos están igual de lejos, la amiga que vive en Roma, y el amigo que vive en la misma calle, confinados en las Repúblicas Independientes de sus casas.
Cuando me paro a pensar, me aterra la forma en que hemos normalizado la muerte. Lo rápido y lo fácil que es seguir adelante con tus nuevas rutinas mientras fuera se desata la tormenta y amenaza con golpear tu casa en algún momento, quién sabe, si todos estamos un poco a la intemperie en este campo de batalla. Las cifras son apabullantes, y no paran de crecer. Pero estamos dentro de la tormenta, en el ojo del huracán, y no hay suficiente perspectiva para ver los daños. Duele más cuando a alguna de las cifras le pones cara y nombre, pero mientras, parece mentira que podamos sobreponernos a esas estadísticas que no pronostican nada bueno, aferrarnos a la esperanza y seguir creyendo más que nunca en las risas del día después.