viernes, 5 de agosto de 2016

SOBRE LA INVISIBILIDAD

Los elementos de los que todos estamos hechos son básicamente los mismos: unos con más tocinillos, mejor color, ojos más grandes, pelo más liso...Luego las piezas a cada uno se nos organizan con más o menos suerte y aceptación, según genética y libre albedrío. Peeeeero luego hay algo intangible y misterioso que algunos tienen y otros no. Un nosequé que hace que ciertas personas desborden sus límites y lo invadan todo cuando entran en una habitación. Eso sí que lo envidio a veces. Más que unos abdominales de póster ( que también), un pelazo de leona (que también), ese metro ochenta sin tacones (que también)... Eso de que un especimen de esta categoría entre en un lugar, vestido sin estridencias, como de me he puesto el primer trapillo que he encontrado, peinado con naturalidad, incluso con algunos pelillos graciosamente distraídos de su lugar, ese saludar discreto, con sonrisa de cómomealegrodeestaraquí y que en ese instante todo parezca cambiar, y el clima, la cadencia del habitáculo pasen a ser suyos (así, sin un parpadeo, porque yo lo valgo y vine así de fábrica), ese estado en el que, tocados por la gracia y sin que parezcan darse cuenta, hacen suyas las miradas de todo ser vivo, y seguro alguno inerte, que se encuentre dentro de su radio de acción, y despierten en ellos la necesidad de ser mirados, escuchados. Ese don de seducción natural, sin poses, de magia. Ese tomar posesión de cada república independiente de uno mismo (hasta entonces), con aire de yo solo pasaba por aquí y que bonita reunión me habéis preparado ...Joder, qué suerte.

Al otro lado quedamos los demás, los del montón, esos que, cuando llega un ente de estos prodigiosos, pasamos a hacernos cada vez más pequeños, más prescindibles, hasta desaparecer: no nos ven, no nos oyen, no nos escuchan. Que igual un ratito antes parecía que nuestra conversación era interesante. y nuestro aspecto atractivo, que para eso habíamos pasado unas cuantas horas tratando de sacar partido a nuestras piezas y a la disposición de las mismas, haciendo un meritorio trabajo de alicatado y reconstrucción. Nada que hacer. El mayor misterio de estos seres es que, según entran por una puerta, nos reparten gratuitamente y sin despeinarse el don de la invisibilidad. Es lo que tiene su encantadora magia.

jueves, 4 de agosto de 2016

DE LA LIBERTAD CREATIVA

Me gustan los libros transgresores, los gamberros y divertidos, los que contienen palabras, deseos, pensamientos que tú no has sido capaz de verbalizar, pero están en ti. Al menos en mí. Los libros críticos, políticamente incorrectos, Me gusta que mis hijos lean ejemplares así, y doy por hecho que a ellos les molará (a mí me encantaba) cualquier página en la que la burla recaiga sobre los padres y sus previsibles y aburridas actitudes, sobre profesores y sus estúpidas normas establecidas. Los que nos obliguen, a cualquier edad, a hacernos preguntas y a despertarnos dudas y planteamientos nuevos. Sobre cualquier poder, cualquier ley, cualquier imposición.  No me gustan los libros con moraleja, los que empiezan cañeros, los disfrazados de estoydetuparte para terminar con un final de colorín colorado, con un telodije, o un miraloquetepasasivaspormalcamino.

Odio la crítica intolerante y despiadada, la recogida de firmas inquisidoras para retirar según que libros o películas por según que "peligrosas" ideas. Más aún, cuando el apedreamiento se hace en función de unos pocos párrafos entresacados maliciosamente de su contexto, o de una escena supuestamente escabrosa, sin tomarse el trabajo de visionar la totalidad de una obra para poder mandarlo a la hoguera al menos con argumentos bien fundamentados, si es que esto es posible.

Comparto el gusto por la ironía, la imaginación, el derecho a fabular y a poner en boca de personajes ficticios ideas que el autor no comparte. 

He leído el artículo de Elvira Lindo defendiendo la publicación de 75 consejos para sobrevivir en el colegio. Su título: Los libros no muerden. Sus libros me divirtieron a mí, y también  a mis hijos cuando no superaban los diez años. Tengo cierta debilidad por los autores que, como ella, han sido capaces tanto de hacerme reír  (Manolito, sus tintos de verano...), como de hacerme reflexionar o de emocionarme, en este caso con su  valiente Lo que me queda por vivir.  Es una idea insensata acusar a la autora de apología del acoso, pero esta vez no soy capaz de ponerme de su bando. Quizá los libros no muerden, aunque no estoy muy segura. Yo creo que a veces no solo muerden, sino que arañan, golpean, vapulean. Tampoco soy capaz de ponerme del otro bando: mi opinión está basada en párrafos entresacados maliciosamente. O sea, está contaminada, manipulada, no vale. No he leído el libro. Puedo entender el trabajo de la autora poniéndose en la piel de "una niña de doce años noble y egoísta",  creo haber leído por ahí. Quizá mi problema es que no fui especialmente popular, y no he podido sacudirme ese lastre del todo. Tendré que hacérmelo mirar.  O que tal vez algún niño cercano haya pasado por días difíciles por ser " justo con el que había que meterse en ese momento", cómo dice en el libro. Defiendo su libertad creativa, y la mía para  molestarme. Puede que yo sea especialmente empática y sensible a cualquier chiste sobre gente ¿fea?, o sobre la necesidad de ser un poco cruel con alguien más débil para ganar puntos. No me hace gracia. 

Insisto en confesar en que no me he leído el libro. Podría ser que fueran frases irónicas que en algún momento del relato se vuelven contra ella. Pero entonces tendría moraleja, y tampoco me gustan las moralejas-