jueves, 5 de octubre de 2017

DE LA VOZ DORMIDA

  
  Hay quien escribe todos los días, como parte de su actividad cotidiana. A lo mejor por la necesidad de explicarse el mundo, o de explicarse a sí mismo, o de llevar al papel todo aquello que su imaginación le regala.

   Qué sé yo porqué lo hago, porqué lo hacía, pero me ocurre que tras algunas etapas de escritura diaria, de facilidad para la fabulación, de ganas de contar y de contarme, un día de repente se apaga mi voz. Ha ocurrido más veces, durante meses, o durante años. Quizá es que tenga alrededor cosas que hacen más ruido, tanto que inunda todo mi mundo y me impide hablar. Quizá sea una actividad de mis tiempos de paz y ahora me siento un poco en pie de guerra. Quizá para volver por aquí, para recuperar mis palabras y ser capaz de manejarlas a mi antojo, necesite desconectarme de otros discursos ahora muy presentes a mi alrededor, que acaparan letras y juegan con ellas para agruparlas de manera desesperanzadora y intimidante. Puede que ahora, con la sensación de haber perdido el suelo firme bajo mis pies, me cueste encontrar el antídoto para esta afonía persistente. O que tema ser escuchada más aún que ser olvidada.

   Y no es por falta de música: en estas semanas han pasado por mi vida libros extraordinarios, sucesos importantes, pequeñas alegrías, nuevos amigos y lugares, alguna despedida imprevista... pero hay un zumbido de fondo, un ronroneo continuo y molesto que me impide disfrutar de otras melodías, aunque sean tristes, algo que solo escucho yo y cuya voz tendré que acallar para volver a alzar la mía. Cuestión de tiempo.