Toda una vida incapaz del menor acto
violento, envidiando a los que defienden lo suyo con uñas y dientes, viviendo
como un ser pusilánime, con la rabia enquistada envenenándome por dentro,
escondido en casa delante del televisor, comiendo pizza e imaginando venganzas.
Día tras día, refugiándome en la misma rutina. Quién me hubiera dicho que a
partir de esta noche, una velada que empezó como todas, esperaría impaciente el
momento de enfrentarme a la vecina que pone la lavadora al filo de la
medianoche, al cabrón de mi antiguo jefe, a mis queridos compañeros de colegio.
Y se lo dije bien claro: cuatro estaciones, como siempre.
Con aceitunas y berenjenas. Como siempre. A las nueve en punto. Como siempre,
maldita sea.