miércoles, 5 de octubre de 2016

YO SOY ELENA FERRANTE

...Dijo ayer Salman Rushdie. Salvando las distancias (abismales), yo también soy Elena Ferrante, puesto que he optado por el anonimato, por un desdoble de personalidad, por utilizar otro nombre para estas mis actividades pseudoliterarias. Mis motivos: hace unos meses decidí publicar aquí mis cosillas sin forzar a nadie a leerme. Soy más libre así, no conozco a mis (escasos) lectores,  me cuido mucho de no agredir ( ahí sí me horrorizaría escudarme en el anonimato) y no me siento obligada a complacer a nadie. 

  Este mes de agosto me he leído los cuatro libros de la famosa tetralogía: uno detrás de otro, por riguroso orden. El primero no acabó de cuajar en mí, pero a partir del segundo, me fui enganchando, más que a lo que cuenta la historia, a lo que no se cuenta, a lo que se supone, a lo que se calla, a lo que se intuye que palpita entre las dos amigas. Me pareció bien escrita, bien definidas las personalidades, las decisiones y las rebeldías de cada una de ellas, su larga relación de amistad no exenta de envidias y rencores soterrados. Supuse que estaba escrito por una mujer, creí ver algo femenino en el enfoque emocional, No necesité saber más de la autora.
  
   Creo que para alguien que huye de la fama y la exposición pública, el éxito clamoroso de sus libros no hace sino multiplicar los beneficios de publicar de incógnito. Imagino que se trata de eludir los inevitables compromisos de una promoción literaria: entrevistas en toda clase de medios, presentaciones por su país ( y fuera de él si se llega a traducir, como en este caso), suposiciones sobre la parte autobiográfica de su relato, dificultades para conservar la rutina cotidiana, el aprender a lidiar con el análisis minucioso de cada una de tus decisiones, con la renuncia de la naturalidad en los que a ti se dirigen. Comprendo que hay gente que disfrute del aplauso directo, de la felicitación, del reconocimiento. Y lo celebro, si lo merecen. Yo observo con admiración la capacidad de entrega de la mayoría de los autores, cómo en poco tiempo pasan de un trabajo solitario y largo, minucioso y concentrado como es la escritura de un libro  a lanzarse de  lleno a la vorágine de la vida social una vez publicado el mismo. Para muchos será una justa recompensa. En parte, se lo deben a la editorial que apostó por ellos, y también a sí mismos, para estimular el interés, la demanda y la venta de su obra, buscando rentabilizar al máximo tal esfuerzo, no solo en términos económicos.

  Yo, si estuviera en su piel y pudiera elegir, optaría sin dudar por tirar la piedra y esconder la mano. Parir mi libro, entregarlo a sus lectores y dedicarme a ser observadora pasiva de las críticas, del éxito o fracaso, de las suposiciones y quinielas sobre mi presunta identidad. A lo Ferrante. Ella escribe, nos entrega su trabajo y a partir de ese momento, la gestión de su tiempo y del  éxito, enorme e inesperado, es solo decisión suya.  Entiendo y comparto la curiosidad sana, pero no ese afán por desvelar el nombre que no quiere ser desvelado.

   Alguien, escudándose en una supuesta enorme demanda social de esta información, ha descubierto quién se ¿esconde? tras ese nombre. Ha empleado horas de investigación con un discutible método, fisgoneando sin pudor en las finanzas y propiedades de una persona sin ningún cargo público, que no desea exhibir su nombre, ni su foto, ni su vida. Que tomó la decisión de trabajar así. No sé si es lícito ni legal, pero me parece moralmente reprobable. Indecente.

    Ahora el mal ya está hecho: Elena Ferrante ya tiene (otro) nombre.  Y parece condenada a la fama por decisión de otro. Ojalá consiga mantener su elección de vida, seguir desdoblándose si es esa su voluntad y continúe entregándonos solo lo que ella libremente decida. 

martes, 4 de octubre de 2016

PSEUDOCUENTO O MICROBOBADA II: LECTURAS

   Aprendí a nadar antes que a leer. Lo de hablar llegó algo más tarde. Con frecuencia  encuentro libros abandonados a su suerte y me sumerjo en la grandeza de su vocabulario. También paso horas buceando en solitario y cuando mi carácter temerario me pone al borde de algún desastre, recurro a mis habilidades lingüísticas y recupero mi libertad. Soy convincente, creo, aunque confieso que sus caras de asombro me desconciertan. Quizá sea mi lenguaje, demasiado académico. Debería informarme sobre los hábitos de lectura de los otros peces.