jueves, 8 de septiembre de 2016

FUERA DE GUIÓN


  Tengo la mala suerte de adivinar los finales supuestamente sorprendentes en muchas películas, cortometrajes, libros. Capítulo dos: ya sé que el asesino es el portero y no el amante con cara de golferas y maneras de chulo al que apuntan todos los indicios. Que aún así termino el libro o la peli para ver si me equivoco. Y algunas veces patino, claro. Pero muchas no. Procuro no reventárselo a los compañeros de butaca, salvo que sean de mucha confianza. Compañeros de sofá, más bien. Entonces no lo puedo evitar, me vengo arriba y lo voy dejando caer: va a ser la mosquita muerta esa, vas a ver... Ese no es su padre, verás como es hijo del magnate del petróleo y se queda con la herencia...Me da que ese trabajo es una tapadera,  ... Joder con la profeta, suelo escuchar.

   Y no lo adivino por más lista, ni por más observadora. Yo creo que es por más retorcida. Porque ya en la vida, me preparo unos papelones que pa qué te voy a contar.  Cuando tomo una decisión,  que ya me cuesta, es porque  previamente he elaborado un guión completo con varios finales posibles. El bueno, el malo y el peor. El realista, el de película y el imposible. El lógico, el absurdo y el aburrido. Y eso lleva un tiempo, claro. Una vez terminado este complejo y entretenido  estudio de probabilidades, intento centrarme en la consecuencia lógica. Y decido. Pero hay que ver qué trabajito me da...
 
   Podría afirmar que esto de la imaginación es un regalo y un castigo a partes iguales. Por muy jodido que venga el panorama, yo sigo valorando la posibilidad de un final mejor. A cambio, qué difícil es que la vida me sorprenda, y lo que me gusta encontrarme un final fuera de guión.