viernes, 7 de abril de 2017

DEL FUNDAMENTALISMO NUTRICIONAL

   Desde el punto de vista de gran parte de los habitantes del planeta, esos que no pueden permitirse el lujo de poner pegas a lo que consiguen llevar a su estómago cada día, el tema del que voy a hablar no dejaría de ser una frivolidad y para nosotros, habitantes del "primer mundo", que ellos consigan llenarse el plato debería ser nuestra verdadera prioridad en el tema de la alimentación. Dicho esto, aclaro que me interesa el tema de la nutrición saludable y que considero una parte muy importante de la educación conseguir que nuestros hijos tengan buenos hábitos en la mesa.

   Lo que observo estos últimos años es que, además de expertos sensatos, hay una auténtica proliferación de modas en esto de la ingesta de alimentos, de manera que somos acusados desde varios frentes de llevar muchos años comiendo de forma irresponsable. En general, todavía parece haber consenso entre los nutricionistas respecto a las bondades de la dieta mediterránea, es decir, de una dieta variada, con un alto consumo de productos vegetales frescos, de legumbres, de frutos secos, de cereales (trigo también, sí), aceite de oliva, poca carne roja y un aporte diario de productos lácteos. Es una dieta "heredada", culturalmente asentada y que permite comer de forma variada y rica.

   Resulta que ahora hay que ver la alimentación no como una forma más o menos responsable y placentera de cubrir nuestra necesidad de alimentarnos, ni de saciar nuestro apetito, sino como una forma de vida, y en eso yo ya no estoy al día. Los seguidores de cada una de las dietas la defienden con fervor místico, hablando de la necesidad de cambiar de hábitos (para seguir estrictamente los suyos) con el mismo empeño que un fiel pone en seguir las normas religiosas. Se trata de llevar a descreídos por el camino de la verdad, empeñados en convertirnos a su causa como si les dieran un premio por socio conseguido o más bien por pecador redimido. En general, vegetarianos y veganos que conozco suelen ser respetuosos: su decisión suele estar basada, además de en el convencimiento de la bondad de esta dieta, en razones de rechazo a la explotación de animales para nuestro consumo y en motivos de protección del medio ambiente. Nada que objetar, yo misma podría hacerme vegetariana sin echar de menos demasiadas cosas. Pero tanto dentro de estos grupos como de otros (defensores de la dieta disociada, la paleo, la  higienista...) hay "practicantes" que te hablan desde la luz, desde la verdad  que un día les fue revelada. No informan, no dan consejos: ellos predican, ellos "saben", ellos "conocen", y proclaman su doctrina con la seguridad del que se sabe elegido, decidiendo lo que es alimento y lo que es veneno para nuestros cuerpos ( y quizá para nuestras almas). Los no enterados, nosotros, los infieles, somos consumistas ignorantes, carne de cañón al servicio de los intereses (que obviamente existen) creados por las grandes cadenas y por los Estados, que se alimentan a la ligera sin pensar en las graves consecuencias de su actitud, de la gravedad de nuestro empeño en perpetuar nuestras malas prácticas en las siguientes generaciones.

   Hace poco vi un titular que decía algo así como "tendencias nutricionales". O sea, ya no vale con vestir los colores de moda o en bailar al último ritmo, además, hay alimentos que son tendencia. A mí, hasta el extremismo en este tema me parecería respetable siempre que se ejerciera solo entre las paredes de cada casa, como parte de las rutinas del creyente en cuestión. Así, nos evitaríamos las caras de desagrado cuando decidamos comer según qué platos o las miradas de conmiseración del que sabe que está ante un zoquete que se está condenando sin remedio. Sé los riesgos de una ingesta diaria y excesiva de azúcares y grasas, pero tampoco creo necesario estudiarme al milímetro la composición de una galleta cada vez que alguien me la ofrezca, ni creo que sea cuestión primordial eliminar completamente los lácteos si me gustan y me sientan bien. Claro que cuanto menos procesado está un alimento es nutricionalmente más rico, que acostumbrarnos a una alimentación variada y con cocinados poco agresivos es positivo, pero me niego a renunciar a los pecados puntuales y a la improvisación de probar determinadas cosas, o a ceder a la obsesión de medir el aporte calórico de cada plato. Sobre todo, y una vez más, me niego a sentirme juzgada o culpable por visitar con cierta frecuencia los supermercados o por no comprar siempre las lechugas de cultivo orgánico.

   No dejo de pensar en que, en el fondo, todo esto es una preocupación más de gente acomodada que, lejos de luchar con la misma intensidad por conseguir un reparto más justo de las lentejas, pone todo su empeño en campañas agresivas para que las nuestras, las que tenemos seguras cada día, sean intachables en su denominación de origen.