domingo, 26 de febrero de 2017

RELEER LA VIDA

    Hace unos días asistí a la presentación de un libro de relatos. Entre otras cosas, de la autora se destacó que parecía ser una gran lectora, sea lo que sea que esto quiere decir. A continuación le cuestionaron sobre lo que estaba leyendo en este momento (después de todo, la cita era en una librería), es decir, qué libros, autores, géneros actuales le interesaban. Su respuesta fue, en resumen, que ella es una gran relectora, es decir , de las que leen repetidamente a sus autores favoritos, con insistencia, una reincidente que siempre termina recurriendo a Kafka, a Tolstoi o a Dostoievski. Al parecer, su objetivo al escoger un libro es leer textos que la enseñen y que le sugieran cosas para a partir de ahí, fabular y comenzar sus relatos. Dicho todo esto con naturalidad y sin pedantería, todo hay que decirlo. Yo soy muy poco fan de los relectores exclusivos, pero más me asombra cuando tus circunstancias en el momento en que lo declaras con convicción son las de  un escritor digamos solo medianamente conocido, tratando de convencer a un público de que te compre a ti, a tu mundo inventado, a tu libro nuevo recién editado y dispuesto a ser leído por primera vez. No sé, yo creo que lo sensato por su parte sería lanzarnos un interesado discurso sobre la cantidad de talento y de buenos libros que hay entre los escritores noveles. Y si no, ¿ porqué salvar el tuyo entre todos los libros editados?, ¿porqué despreciar de antemano el poder de inspiración, la capacidad de emocionar y de evocar de cualquier otro escritor contemporáneo tuyo? Es como si un director de cine del siglo XXI reconociese públicamente dedicar horas  a la visualización de las obras maestras de Fellini, Bergman y Kubrik, por ejemplo, y nada más que a ellos, pero aspirase a un Oscar por la brillantez de su peli. O un compositor musical que rechazase escuchar nada creado después de Verdi, pero que aceptase un premio por su última aportación al género operístico. 

   En la vida hay muchas cosas de las que disfrutas una sola vez, por irrepetibles o porque no sientes la necesidad de revisitarlas, y eso no impide que recuerdes siempre las sensaciones de ese momento. Incluso los libros que a mi sí me pidieron una segunda lectura, ya nunca me regalaron esa fascinación del primer encuentro. Es cierto que descubres detalles nuevos, que merece la pena disfrutarlos ya sin la urgencia de ese querer pasar página, pero la emoción, el asombro, no son los mismos. Si alguien me ofreciera pasarme el resto de mi vida reviviendo todos y cada uno de mis momentos felices, así, en bucle, una y otra vez, diría que no. Correría el riesgo de tropezarme con tal de no renunciar al subidón de lo nuevo, a la posibilidad de la sorpresa. al deslumbramiento de las primeras veces. 

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