viernes, 2 de septiembre de 2016

FILOSOFÍA RUMBERA

 

  

  Yo he sufrido pocos desengaños amorosos. No tiene mucho mérito, teniendo en cuenta que tampoco he tenido un éxito clamoroso con los hombres. Siempre que al "me gusta pero no me hace ni puto caso" no lo llamemos desengaño, que entonces ya iría algo más sobrada. Mientras no concretemos, me refiero más bien a esas situaciones en las que no recibes lo que esperabas, al momento de la decepción, a ese abrir lo ojos un día y descubrir al verdadero capullo que tienes en casa, o a que los abra él y no le guste lo que tiene delante.
    
   Tampoco he sufrido muchos desengaños amistosos. Aunque no soy persona de sumar cientos de amigos, ni siquiera en facebook, conservo amistades de casi todas mis etapas de la vida. Desde el colegio, que ya ha llovido. A algunos los veo poco, pero tienen reservado su lugar entre mis afectos. Llevo mal perder el contacto. Yo pongo de mi parte, tengo un rechazo visceral a pertenecer, como decía Sabina, a "La Cofradía del Santo Reproche". Si algo me duele y no es trascendente, lamo mis heridas en silencio y lo dejo correr. Si algo me duele y sí tiene consecuencias, lo largo a la primera ocasión. Apunto y disparo. Si se guarda en un cajón del alma, acaba explotando en el peor momento, junto con otras pequeñas bombas-ofensas, y entonces aparece una enorme y oscura tormenta de arena  que tarda en dejarte ver la luz.

   
   Me cuesta mucho perder de vista a la gente, pero casi siempre me ha ocurrido sin acritud y hasta sin intención. Un día, sin más, te das cuenta de que ya no forma parte de tu cotidianidad. 
  
   Lo que de verdad me duele es que prescindan de mí. Que entiendan algún gesto mío como una agresión y decidan apartarme de su camino. Sé que sin querer causamos heridas. Que comportamientos no intencionados pueden ocasionar víctimas en nuestro entorno. Que nuestros pellizcos felices a veces se asientan en sentimientos infelices en otros. Y eso no siempre es evitable. Me molesta que vean en mi cosas que no existen. pero yo también juego a adivinar a los demás. Quisiera no hacerlo, pero no siempre me sale, soy sufridora por naturaleza. Y sé que sería mucho más feliz si pudiera no caer en el victimismo del porquéamí o el porquéyo. Si lograra aceptar con alegría lo que los demás me ofrecen espontáneamanente. Me repito a mí misma que nadie está obligado a actuar como nosotros lo hubiéramos hecho.  Juego a interpretar en positivo las palabras, las ausencias y los silencios de cada cual. Sueño con disfrutar de lo que me dan en lugar de echar de menos lo que no me dan, con no ver nunca malos propósitos sino distintas prioridades. 

   Y sé que alguna  vez tendré que aceptar que habrá gente que dejará de bailar al mismo son que yo,  y que, por mucho empeño que le pongamos, habitaremos lugares distintos. Esta última la tengo cateada de momento, pero estoy en primero de aceptación. Y el curso empieza a ritmo de rumba:

Si la canción que yo canto
no te llena de alegría
por más cosas que te diga
no sirve de ná.