viernes, 9 de noviembre de 2018


LARGO RECORRIDO

Desde días antes elaborabas calaveritas de azúcar y preparabas coloridos altares para ellos, tus ausentes difuntos. Sin grandes gastos, claro, un despilfarro absurdo. Para quitar dramatismo a la situación y ayudarte a distraer el dolor de la distancia,  ponía motes a las nuevas incorporaciones del año y les daba la bienvenida a su nuevo estado incorpóreo mientras tú llorabas en silencio. La nostalgia supongo. Comprábamos algunas flores, pocas en tu opinión. Para las plantas de los parques no era buena época: demasiado vigiladas. Encendíamos velas aromáticas, no mucho rato, me producían malestar, picor de ojos y una fastidiosa rinorrea.
 Nuestra celebración de Todos los Santos te parecía triste y gris. Añoraste siempre México, pero mucho más un día como hoy. Todos mis muertos están allí, decías. Admito que me reía de lo absurdo de tu afirmación, e intentaba animarte con mis bromas sobre la supuesta facilidad de los espíritus para moverse de un país a otro, ligeros y sin pasar por caja. Que vengan ellos, que vuelan gratis. Ya iremos otro año. Con frecuencia, mascullabas entre dientes algo que no entendía y que no compartías conmigo, ¿alguna invocación?, te preguntaba, aprovechando para hacer una más de mis  chanzas sobre vuestros primitivos ritos; soy así, incorregible. Ni puta gracia, te oí decir un día,  imagino que superada por el peso de la emoción.  Colocabas suculentas fuentes con sus frutas y sus comidas favoritas, que yo picoteaba a ratos, ya sabes que no soporto dejar que la comida se eche a perder. Me hablabas poco últimamente, creo que era el habitual desgaste de la convivencia en una pareja como la nuestra, atípica, pero bien acoplada, ya con un largo recorrido.
 Si estuvieras aquí te diría que sí, que tenías razón, que los difuntos quedan atrapados en el lugar al que pertenecen. Ve a buscarme si puedes, este año volarás gratis, fueron tus últimas palabras. Algo más dijiste de un capullo, aunque quizá entendí mal, porque no dejaste ni una flor, ni una vela, ni un pequeño altar, ni siquiera un triste pastelito.