lunes, 12 de marzo de 2018

COMO UNO DE LOS NUESTROS

   




   A veces cuesta ser buena persona. Somos mayoría los que lo intentamos, los que buscamos este estado como lugar donde quedarnos, pero no siempre es fácil. Ser generoso, paciente, poner los intereses de otros por delante de los tuyos, olvidar agravios, perdonar ofensas, no sentir envidia de ese al que le llega algo que tú creías merecer más, ser capaz de emocionarte con los triunfos de los demás cuando los tuyos se resisten, obligarte a no ser mezquino o, al menos, a no dejar espacio a esos sentimientos con vocación de okupas que a veces parecen empeñarse en echar raíces. Cuesta reconocerte a veces en ese ser gris con tendencia a buscar un agujero para rumiar sus desdichas, y luchas por poner una sonrisa y salir al mundo para formar parte de él, para seguir en él. Casi siempre lo consigues. Te sientes a veces un pequeño fraude por ocultar a los demás esa parte oscura de la que no estás orgulloso, esos rencores feos que te asaltan traidores contra gente que no lo merece y a la que de verdad quieres. Si supieran ellos, piensas. Pero evitas regar esas malas hierbas, y viven poco en tu jardín. Sé que somos mayoría los que lo intentamos.

    Pero hay quien las deja echar raíces, desde el principio o desde quién sabe qué momento. No están locos. Alimentan esos rencores y los abonan con numerosas justificaciones y motivos. Yo, yo, yo. Saben esconderlos, disimularlos, aunque son sucios y malolientes, y los guardan en la trastienda, o en la cara B, siempre menos vendible, menos comercial, o en sus sótanos, o en las costuras, tras las puntadas minúsculas que impiden que se vea el material real del que están hechos. Así, ataviados como nosotros, ponen su mejor perfil  y parecen de los nuestros. Cuando la inmundicia crece tanto que amenaza con salir y poner en evidencia esa podredumbre interior, buscan hacer daño, cargados de razones, de sus razones, causan dolor como bálsamo para sus heridas infectas, abren la espita para rebajar la presión y liberan el  resentimiento y la maldad auténtica. En silencio, en solitario, a escondidas. Y actúan. Con los más débiles, con los más indefensos, con los más desprotegidos. Luego, siguen viviendo entre nosotros con su cara de domingo, de día de fiesta, ocultando, por ejemplo, que su alma de lunes decidió matar a ese niño y tirarlo a un pozo, hija de puta, y después, durante horas, días, semanas, siguen besando, abrazando, acariciando, ya ligeros de equipaje, sin presión, vestidos como uno de los nuestros.