domingo, 5 de marzo de 2017

DE LOS IDIOTAS Y LOS AUTOBUSES

   De todo hay en el mundo: gente lista, ingeniosa, negativa, brillante...y hay gente idiota.  De esos que van pregonando sus firmes e inflexibles creencias, convencidos de haber nacido ya propietarios de la verdad. Normalmente es una característica difícil de disimular, por lo que se les huele, se les ve venir y no es difícil evitar el contacto para salvaguardar nuestra sensatez. Hay gente que es idiota y además peligrosa. Êstos, no contentos con vivir según sus normas, necesitan imponerlas también bajo el techo de los demás. No aceptan el aborto o el matrimonio gay en su barrio, en su pequeño mundo, y además tratan de evitar  que sea aceptado en el tuyo. No siempre son fáciles de detectar, porque tardan en dar la cara y van sembrando nuestro camino de pequeñas trampas con el fin de enredarnos en su telaraña de hilos pegajosos. Los peores de todos son los idiotas, peligrosos y tóxicos, las joyas de la corona, lo que se dice un pack completo de cualidades. Estos individuos, no contentos con tratar de convencer al mundo de sus teorías inamovibles, se empeñan en propagar su mensaje intolerante, discriminador, racista o intransigente en el lugar donde más víctimas pueden causar, es decir de manera mezquina y perversa. Se me ocurre un supuesto como ejemplo: un grupo ultraconservador decide lanzar a las calles un autobús pintado de una manera llamativa, que podría ser de color naranja, y rotulado con un mensaje de rechazo a un grupo o realidad social que ellos, no contentos con su guerra personal, necesitan poner en evidencia y señalar con el dedo. Como podría ser los niños transgénero. Este autobús estará destinado a circular por las calles de una gran ciudad, haciendo parada a las puertas de algún colegio con el fin de clarificar las obtusas mentes dispuestas a aceptar que la identidad sexual es, en ocasiones, una cuestión distinta a la realidad biológica, al reparto de penes y vulvas decidido genéticamente. Con ello, tratarán de respaldar a aquellos que niegan esta opción de vida, de sembrar dudas en los que la aceptan de forma natural y de echar por tierra todo el esfuerzo invertido por profesores, padres y niños en su integración y normalización. Claro, todo esto apoyado en el ¿incontestable? argumento de que están respaldados por la ciencia, por la biología. Ante la avalancha segura de protestas, esgrimirán su derecho a la libertad de expresión. Lo del respeto hacia otras realidades diferentes a la suya o la empatía ante el dolor ajeno, ya si eso se lo dejarían para septiembre. Pero claro, esto no es más que una conjetura, un ejemplo inverosímil pensado con malicia.

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