lunes, 10 de febrero de 2020

EL VALOR DE LA VIDA O LA VIDA SIN VALOR





   No creo que la vida sea un valor en sí misma. El hecho de que funcionen tus pulmones y te lata el corazón, de que tu sistema digestivo responda como debe en términos de ingestión y expulsión de materiales, de que tus órganos de los sentidos capten información de mejor o peor calidad, con o sin prótesis (yo empiezo a estar un poco sorda, teniente que decía mi abuelo, y necesito gafas desde que abro los ojos por la mañana para no actuar como Rompetechos), de que seamos capaces de articular palabras y comunicarnos en el idioma que geográficamente nos corresponde...la salud, en definitiva, es algo tan necesario como conducir un coche en buen estado si vas a emprender una largo viaje. Siempre transitarán mejor y más seguros quienes tengan en mejores condiciones el motor, el chasis, las ruedas. Es la primera condición, la que marcará los límites, la distancia y la resistencia en el trayecto. Valoro muchísimo que todos los sistemas funcionen de la manera para la que han sido programados, es un excelente punto de punto de partida emprender el viaje con todo bien engrasado, conectado y sin averías. Pero solo esto, no es motivo suficiente para quedarse. A partir de ahí, nuestro recorrido estará trazado por el azar y por el acierto o error de nuestras propias decisiones.
   
    Puedo recordar varias situaciones en las que la vida no es un regalo sino una pesada carga, una larga condena, una putada. No hablo de etapas grises, de malas rachas más o menos prolongadas, de enfermar  de tristeza de vez en cuando, de enfadarte seriamente con el mundo cuando las cosas se empeñan en venir torcidas. Hablo más de tocar fondo y que no haya nadie para sacarte de allí, ni se le espere; de que sea tu gente quien caiga en un pozo y que debas ser tú, al límite de tus fuerzas, el que se agarre al brocal y cargue con su peso para que no lleguen a ahogarse; de largos días de dolor sin paliativos ni esperanza; de la soledad. No concibo la vida como obligación, es vacío y carente de sentido aceptar que solo estamos aquí para perpetuar una especie, que nuestro paso por el mundo es el eslabón de una cadena que pretendemos sea infinita, sin más. Que llegamos aquí para dejar aceptable el chiringuito, dispuesto para que lo ocupen los siguientes, y después los hijos de los siguientes; una herencia de responsabilidad con gente a la que no conoces, un trabajo de guardés de tu cachito de mundo para que se mantenga en pie hasta que llegue el relevo. Lo importante es el trayecto, encontrar estimulante el viaje, o al menos parte de sus etapas. Llegar a lugares donde permanecer, a gente con la que enredarte 

   Lo único que te amarra son los afectos. Amigos, familia, hijos en primer lugar. Ellos sí son un ancla que nos evita tomar rutas equivocadas o definitivas, sin vuelta atrás.Tejen entre todos una red de hilos invisibles que nos mantiene a una distancia prudencial del abismo.Siempre hay alguna de esas hebras que sabe cuando es el momento de tensar porque el tiempo viene revuelto y tiendes a dejarte llevar lejos de tierra firme. Es entonces cuando no decides tú, ni tu estado de ánimo, porque la vida no es completamente tuya y tu hundimiento, tu huida, tu deserción, puede arrastrar a otros o dejarlos indefensos por alguno de sus flancos. Esa es la trampa que nos sujeta al mundo: el amor, el afecto, la lealtad, el compromiso. Sin eso, no tiene mucho valor el hecho de seguir rodando. O saltando.