martes, 3 de enero de 2017

DE MUJERES Y RESPONSABILIDADES


  En los informativos del primer día del año, dos nombres de mujer eran repetidos en todos los medios por motivos bien distintos. Una de ellas, Matilde Teresa, alcanzaba una triste notoriedad por ser la primera mujer fallecida en 2017 víctima de violencia machista. Como tantas veces, esta mujer moría apuñalada por su pareja sobre la cual pesaba una orden de alejamiento que ambos, al parecer, se habían pasado por el forro, pues convivían juntos. No conozco la historia de Matilde, pero se me ocurren unas cuantas razones por las que pudo perdonar agresiones anteriores y volver a compartir techo con su asesino, todas ellas equivocadas. No porque yo sea más lista, ni porque haya vivido nada parecido, sino porque hay unos patrones que se repiten en casi todos los casos de violencia de género, un perfil que comparten mujeres con muy distintos niveles sociales, económicos y culturales: la negación de su realidad, el desarrollo de un importante sentimiento de culpa, el miedo a la incomprensión en su entorno y sobre todo la dependencia, emocional en todos los casos, y a veces también económica. En realidad, cada muerte es solo la punta del iceberg, la noticia detrás de la cual permanece oculta una montaña de comportamientos machistas, permisivos con las pequeñas agresiones, una educación sexista, la continuidad en la aceptación del rol masculino como autoritario y del femenino como débil.

   De nada servirán las campañas, los teléfonos gratuitos, las órdenes de protección y alejamiento si no cambiamos cada uno nuestro pequeño entorno, si en cada casa, barrio o pueblo no vamos conquistando terreno, peleando batallas para ganar la guerra. Nada cambiará si no convencemos a todas nuestras hijas de su valía, de su derecho a la igualdad de oportunidades, de la necesidad de ser independientes, de no tolerar comportamientos que sientan como degradantes, si sigue habiendo vecinos que cierran la ventana para no escuchar lo que se cuece al lado en lugar de dar un valiente paso al frente y denunciar, si aún hay familias que hacen la vista gorda ante los repetidos hematomas mal maquillados de su hija, si hay amigas que ríen divertidas cuando conocen que el novio macizo de una de ellas le controla el móvil y las salidas, si quedan mujeres que aceptan y cuentan como anécdota que su marido no sabe ni prepararse un bocata ni ha utilizado nunca una escoba (complicado artefacto), o que le tienen que pedir permiso hasta para comprarse unos calcetines. Hay tanto trabajo por hacer en casa...
  
  La segunda protagonista del día es en realidad la primera, la prota absoluta de la polémica del día: justo lo que intuyo que se pretendía. Será casualidad, pero las críticas más encendidas que yo he leído provenían de mujeres y los defensores a ultranza de su indumentaria y performance eran hombres. Cristina, mujer que adivino con carácter, capaz de tomar sus propias decisiones, guapísima y lista, por tercer año consecutivo se ha sumado en Nochevieja al juego de "a ver que enseña la P. en Nochevieja". Ella defiende su independencia, y la creo. Que el numerito beneficie a la cadena no impide que ella también obtenga una fama que la compense. Pero aquí es donde yo creo que entra la batalla personal de cada un@ y nuestra responsabilidad, mayor si cabe si la actividad profesional que desempeñas tiene la repercusión que tiene la suya. Porque si tenemos tarea en casa, también tenemos mucho por hacer en el ámbito profesional. Puesto que ninguna mujer debería permitir que, en igualdad de condiciones, un jefe imponga que las mujeres limpien y los hombres organicen; o que sean las mujeres quienes sirvan el café para todos; o que los hombres ganen más por el mismo trabajo; o que el uniforme de trabajo sea cómodo para ellos y ellas deban vestir falda corta y zapato de tacón,; o que un superior o compañero le agreda con comentarios paternalistas o supuestamente empáticos y aduladores o con bromas machistas y ofensivas;  o tolerar la insinuación de que un buen escote es importante en una camarera , pero que sus colegas varones están de puta madre con una corbata bien ceñida al cuello. O, como es el caso, calentar el ambiente semanas antes dando pistas o insinuando algo sobre el número de centímetros cuadrados de piel que podría mostrar o no este año y salir medio desnuda a un balcón una noche gélida, acompañada de un hombre vestido (él sí) como corresponde a la ocasión, y prestarse al juego de ahoramequitolacapa y veréisloqueenseñoestavez.  

  No es mi intención juzgar, y probablemente ella defienda su decisión y sus motivos de forma coherente. Respeto que es libre de hacer con su vida lo que quiera, como quiera y de vestirse como le venga en gana. Faltaría más. Hay un abismo entre este comportamiento y el final trágico de Matilde, y su responsabilidad en este asunto es la misma que la mía o la de cualquiera de mis vecinas. Pero lo que la trae a estas líneas es el hecho de que lo que ella haga tiene mucha, muchísima difusión; que su nombre, no el mío, coincidió con Matilde ese día en la misma página. Y que además, quiero pensar que si cada Cristina, cada Luisa, cada Ynada, desde nuestro pequeño hueco en el mundo, hiciéramos los deberes tanto en casa como en el trabajo, iríamos venciendo y convenciendo, ganando terreno a lo justo, y quizá algún uno de enero no tendríamos que empezar una maldita lista con nombres de mujer.

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