COMO VINO DILUIDO
Emocionada, cerré la puerta esta
mañana muy despacio, para no despertar a nadie. Salí ligera de equipaje: mi
pequeña mochila trotamundos con el pasaporte, algo de dinero, útiles de aseo, un
poco de ropa, (no mucha, espero comprar allí prendas con estilo, con sello
italiano, elegantes y cómodas), y mi mayor tesoro: una guía de Florencia llena
de marcas y separadores, un libro estudiado al milímetro desde hace semanas.
Por fin ha llegado el día, la fecha
marcada en rojo en el calendario. Piso fuerte calzada con mis usadas botas
de peregrina incansable, dispuesta a caminar horas y horas hasta caer rendida, embriagada
de tanta belleza. Mi hotel queda a un paso del Ponte Vecchio, lo elegí tras horas de minuciosa búsqueda teniendo en
cuenta la situación, el precio y las opiniones de otros viajeros. Madrugaré y
veré amanecer desde las barandillas de los jardines de Bóboli, he leído que es
una de las mejores experiencias para estrenar el día, viendo sus tejados encenderse
poco a poco. Dicen que Florencia es romántica y magnética y que tiene un color
violeta suave, como el vino diluido, pero yo la sueño más bien dorada justo a
esa hora en que despierta el día. Me perderé más tarde por sus calles y museos,
en la Galería Uffici ,
frente al Duomo, en la plaza de la Santa Croce. Y en tantos lugares… no puedo
esperar a verme allí. Llevo la dirección
de mi alojamiento anotada en una pequeña libreta, junto con un plano de
la ciudad: se lo enseñaré al taxista, aunque me he estudiado unas cuantas
frases para hacerme entender, buon giorno, mi scusi, parli piu lentamente per
favore, púo ripetere piano piano?... He casi viajado allí tantas veces, casi
dormido allí, casi alcanzado mi sueño. No dejaré que me lo impidan de nuevo, me
parece estar escuchando ya esos gritos que voy a ignorar, otra
vez no mamá, esas voces exasperantes que me exigen que me detenga, yo solo quiero ir a Florencia, deja ya esa
historia del viaje, ya estuviste allí hace mucho tiempo, esos brazos que me
sujetan con fuerza, otra vez lo has vuelto a hacer, esas desconocidas caras
crispadas, no se te puede perder de vista ni un momento, me pesa mucho la
mochila, unas estúpidas recriminaciones sobre mi preocupación y su egoísmo, o
es al revés, su preocupación y mi egoísmo, tengo que coger mi avión, y no se qué monsergas más sobre fugas
nocturnas con una bolsa de basura a la espalda y una guía de teléfonos en la
mano. Y qué les pasa a estas malditas botas, que se me escapan todo el rato y
me impiden correr, ni que fueran zapatillas de andar por casa.