martes, 13 de septiembre de 2016

DEL INSOMNIO IMPRODUCTIVO


  Ayer me costó dormirme. Mientras daba vueltas en la cama pensé que, en ese mismo momento y en esas mismas circunstancias, habría gente sesuda aprovechando esas horas de insomnio para perfeccionar ideas de las que abrillantan el mundo. Utilizando sus neuronas para el bien común. Qué sé yo, pensaba, alguien puede estar justo ahora puliendo el proyecto para fabricar un vehículo plegable, o desechable, que no necesite ser aparcado, O esbozando el proceso que nos llevará a eliminar las arrugas de una sola vez con la aplicación de una crema, o un spray. O desarrollando un experimento que nos encamine a erradicar cualquier grave enfermedad. O diseñando carreteras inteligentes que reduzcan la velocidad excesiva de los coches y eviten los accidentes.  Yo no.  Yo todo esto, lo de las ideas de otros, lo pensé con música de fondo. Con canciones varias llegadas con el fin de desvelarme. Sobre todo una. 
   
   Hombres G cantaban una cosa así: No me gustan las niñas que todas las canciones les recuerdan algo. Mi caso es justo el contrario. Eliminando lo de niña (que por edad ya no procede), yo soy de esas a las que todos los algos les recuerdan una canción. Música en castellano, sobre todo, que ando corta de idiomas. Que para nada quiere decir que todas me gusten. Muchas sí, que a mí me van casi todos los géneros. Otras no y bastantes incluso las detesto. Pero me las sé. Ahí están, grabadas y dispuestas a salir a la menor invitación. No me preguntes la cronología de los Austrias en la Historia de España, ni las reacciones químicas del ciclo de Krebs. No me pidas que recuerde el nombre de los dioses del monte Olimpo. Esos datos se me borran: por mucha atención e interés que ponga, se quedan un tiempo en la memoria inmediata, pero al final huyen, acosados por la Escuela de calor o el Blues de Memphis, o empujados por La bien pagá que mueve el culo para hacerse sitio y ponerse otra vez en primera línea, esperando el momento de su triunfal reaparición. 
   
   El resorte que desata el monstruo suele ser una palabra, una frase, una exclamación... Las hay que me acompañan hace años, como la de anoche. Muchos años. Y cuando regresan, se me instalan cual huéspedes con la fecha de salida sin cerrar. Ayer oí que mencionaban las huellas de unos pies. Y saltó la tecla. Esta mañana seguía poseída: conduciendo, cocinando...Yrarararara rarararaira rararaaaaaa....

Has vuelto, Melina. Sálvese quien pueda.