Le dije que su pasividad era enervante y le pareció un oxímoron
inadecuado. Que su amor era dañino y doloroso, y creyó que era una buena
paradoja. Le grité con toda la furia acumulada en estos meses de soledad y
desesperanza, acusándolo de tener la sensibilidad de un muro de piedra, y
consideró que era un tanto hiperbólico pero aceptable como símil. Dudo, añadí
entre lágrimas, entre matarte con mis propias manos o marcharme de casa para no
volver. Un dilema fácil de resolver, le oí decir sin levantar la cara del
libro. Cerré la puerta de un portazo, jurándome a mi misma que nunca más
viviría con un hombre de letras, pero sin poder evitar pensar que letras es un
anagrama de lastre. Que a su vez rima con desastre.
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